Introducción
Este trabajo pretende
hacer una cronología y un análisis de cómo llega la primera alternancia
política a México. Para ello tomaré como punto de partida el contexto político
mexicano desde 1986 hasta el final del gobierno de Ernesto Zedillo, presidente
con el que culminó la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI),
y que permitió una alternancia pacifica con el candidato ganador de la elección
del año 2000, Vicente Fox Quesada del Partido Acción Nacional (PAN). Dividiré
mis perspectivas en dos subtemas en el que expondré distintos puntos para
llegar a una conclusión: en el primer apartado, narraré de forma breve y
secuencial las distintas reformas político-electorales desde 1986 hasta 1996,
esto para entender a un sistema electoral que permitió la consagración de un
cambio político; en el segundo, será una explicación de cómo Fox llega a la
presidencia como un fenómeno, para nada radical, que logró impregnarse en la
esperanza de la sociedad mexicana.
Cronología de las reformas político-electorales (1986-1996)
Hacia
el año de 1986, el entonces presidente, Miguel de la Madrid Hurtado presentó
una iniciativa de reforma que pretendía cambiar el panorama político, pues
buscaba dar más pasos adelante para con el tema de la representación, aunque
esto contenía varias deficiencias, principalmente con la autoridad encargada
del proceso electoral, es decir, era “una especia de empate de fuerzas entre
quienes clamaban por cambios sustantivos y quienes temían precisamente esos
cambios” (Woldenberg, 2012). La oposición trataba de buscar pluralismo dentro
del Senado, tal como sucedió con la Cámara de Diputados en 1977, no obstante,
el PRI rechazó esa postura y decidió que la única modificación del Senado sería
que cada entidad contara con dos escaños y que se elegiría uno cada tres años
de manera escalonada (Woldenberg, 2012). Pese a que la reforma era restrictiva
para con el pluralismo político en el Senado hubo algunos aspectos positivos,
tales como: ampliación de diputados plurinominales de 100 a 200; la boleta
electoral favorecía a los partidos pequeños, pues permitía que las personas
votaran por ellos, esto porque las leyes de ese entonces segregaban al PRI de
participar en el reparto de plurinominales; se estableció una Asamblea de
Representantes en el Distrito Federal, pues hasta ese momento el D.F. seguía
siendo gobernado por un Departamento que dependía del Ejecutivo federal, por lo
tanto, figuró como el primer cuerpo colegiado por el que los ciudadanos podían
votar; se acortaron los tiempos entre la emisión y el cómputo de los votos; se
reglamentaron las prerrogativas de los partidos políticos para que su
administración dejara de ser discrecional; apoyo de los medios de comunicación
para la oposición; se crearía el primer tribunal en materia electoral, el
Tribunal de lo Contencioso Electoral que contaría con siete magistrados
nombrados por la Cámara de Diputados a propuesta de los grupos parlamentarios
(Woldenberg, 2012).
Pese
a que las acciones de la llamada “Renovación politica” beneficiaron a una oposición con poca fuerza parlamentaria,
los eventos de la jornada electoral de 1988 que trajo consigo “la caída” del
sistema de conteo de votos (sistema del que se encargaba la Comisión Federal
Electoral, comisión administrada por la Secretaria de Gobernación) produjeron
una enorme desconfianza en las autoridades electorales y en las reformas
llevadas a cabo, aún así, las situaciones permitieron sentar las bases para la
consolidación de un sistema auténticamente pluripartidista con el que México
cuenta hoy en día (Andrea, 2020).
Tenemos
la reforma politica de 1990 promovida por el presidente Carlos Salinas de
Gortari quien llegaría a la presidencia después de la controvertida elección de
1988. Dicha reforma establece la existencia del Instituto Federal Electoral (IFE).
Al organismo se le dotaba de personalidad jurídica y patrimonio propios, además
se le establece valores que regirían las actividades de la institución, como lo
son la certeza, la legalidad, la imparcialidad, la objetividad y el
profesionalismo, algo bastante novedoso, porque nos hace pensar en una
organización segura de las elecciones, y considerando aún más que dichos
valores fueron plasmados en la constitución (Sáenz, Casillo & Guillén, 2011).
Otro aspecto relevante de la reforma y que seguía dándole hegemonía al PRI, fue
el establecimiento de la llamada cláusula de gobernabilidad mediante la cual le
garantizaba al partido mayoritario una mayoría absoluta, verbigracia, “si en
caso de haber obtenido más del 35% de la votación total, al partido más votado
le sería asignado el número de diputados de representación proporcional que
fueran necesarios para alcanzar el 50% más uno de los 500 miembros de la Cámara”
(Córdova, 2008).
Se
puede decir que esta reforma sirvió para revertir toda la desconfianza que se
tenía sobre las elecciones desde 1988, aun así, había una gran cantidad de
demandas que se seguían exigiendo, teniendo en cuenta que el escenario político
seguía estando dominado por el PRI, poniendo como ejemplo que, durante las
elecciones intermedias de 1991 donde se renovó la totalidad de la Cámara y la
mitad del Senado, el mencionado partido logró recuperar su fuerza dando pautas
a la oposición de seguir exigiendo nuevas reglas en el juego electoral (Vianello,
2008). A partir de entonces, nuevas condiciones empezaron a llegar,
fundamentando un profundo avance a la apertura democrática.
Con
la anterior reforma surge otra en 1993, un año antes de culminar su sexenio
Salinas de Gortari. Aquí se establece una reconfiguración de lo establecido en
la de 1990, entre los cambios que se destacan son: la eliminación de las
personas consejeras magistradas y dar lugar a las personas consejeras
ciudadanas para formar parte del Instituto Federal Electoral; se eliminó el
derecho al voto a los representantes de partidos en los órganos electorales; en
pocas palabras el eje principal de la reforma fue la incorporación de límites
al control gubernamental sobre la estructura administrativa del IFE (Pérez,
2024). A palabras de la Maestra Beatriz Pérez, lo anterior significaría “un
gran paso para consolidar la ciudadanización en la organización de las
elecciones” (2024).
Finalmente,
en 1996, ya con un nuevo mandatario al frente del Estado mexicano, el ciudadano
Ernesto Zedillo Ponce León, se llevaría a cabo una reforma que lograría el
consenso de los cuatros partidos que predominaban en el escenario político PRI,
PAN, PRD y PT, lo cual condujo a una aprobación por unanimidad del dictamen (Gamboa,
2012). Aquí se definieron varios temas, entre los que destacan: una integración
totalmente separada del Ejecutivo federal para el Instituto Federal Electoral y
darles rango constitucional a los consejeros del IFE, siendo estos los únicos
con derecho a voz y voto; acceso parejo a todos los partidos políticos en los
medios de comunicación; se establecen nuevas reglas de financiamiento, desde
limitaciones, control de vigilancia del origen y sanciones ante el
incumplimiento de estas disposiciones; una recomposición en el poder
legislativo, con ello la reducción de 315 a 300 el número de diputados electos
por mayoría relativa otorgando mayor equidad en la repartición de los curules; pluralismo
en el Senado, sometiendo a 32 de los 128 senadores al principio de
representación proporcional; elección popular en el gobierno del Distrito
Federal; adhesión del Tribunal Electoral al Poder Judicial de la Federación,
ahora la Suprema Corte podría resolver las acciones de inconstitucionalidad
correspondiente a partidos políticos, por lo tanto, se garantizan los medios de
impugnación (Gamboa, 2012).
Esta
reforma fue decisiva para llevar a cabo las elecciones de 1997 en donde el PRI por
primera vez en su historia perdería la mayoría absoluta y el gobierno de la
capital, mostrando que México “había sido capaz de desmontar pacíficamente un
régimen autoritario, sin elecciones competitivas, para dar lugar a una naciente
o germinal democracia, con un sistema de partidos plural y un sistema electoral
confiable en el que el voto se contaba y contaba para decidir el ganador” (Peschard,
2013). Pero con todo esto, el tema de las deficiencias seguía, poniendo al
margen las ideas del historiador José Crespo, quien menciona que hubo muchas
dificultades logísticas y políticas dentro de la reforma, dando a conocer que
el IFE realizó una investigación para rendir un informe al Congreso en donde se
habló de la viabilidad de los perceptos constitucionales llegando a la
conclusión de “que en el año 2000 no existían las condiciones para ello” (2000).
Dejando de lado las consideraciones negativas, esta serie de reformas fueron de
vital importancia para la consagración de la tan anhelada transición politica.
El foxismo: una esperanza democrática
Desde
su fundación en 1929 bajo las siglas de PNR, el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) gobernó México, dando su imagen como partido hegemónico el
cual logró impregnarse en todas las esferas de la vida política del país. No
fue sino hasta julio del año 2000 cuando el PRI perdió su hegemonía de más de
70 años, pues en esa jornada electoral, la presidencia de la república sería ganada
por el candidato del Partido Acción Nacional (PAN), el licenciado Vicente Fox
Quesada, personaje que gustaba de usar botas, montaba a caballo y llamaba a su
mujer por medio de un silbido y que se había vuelto, “el candidato del cambio
que México necesitaba” (Zepeda & Franco, 2008).
Es
interesante destacar que el PAN surgió en 1939 como una respuesta a las
políticas socializantes del cardenismo respecto a la educación, la familia y a
la iglesia y a la economía en general (Loaeza, 2009). La fase activa del PAN la
podemos ver a partir de que Luis H. Álvarez asumen la presidencia del partido
en 1987 y con la que inicia una corriente renovadora que la otorga triunfos importantes
en el norte y centro del país en la década de los 90’ (Leycegui, 2003). Por
otro lado, la reforma ya mencionada, que Zedillo implantó, produjo un ambiente
de esperanza democrática, por lo cual, el desgaste del sistema político
tradicional era algo muy notorio, pero este momento demostró que” los cambios hacia
la verdadera democratización del país difícilmente podían ser reversibles” (Arias,
2002). Este deseo de democracia se pudo observar el 2 de julio del 2000, aunque
esto con muchas situaciones que vale la pena mencionar, en primera, el porcentaje
de participación fue apenas del 60% esto a comparación de las elecciones de
1994 que tuvieron un porcentaje del 80%; por otro lado, los ciudadanos
mexicanos votaron de manera diferenciada, mostrando una especie de “voto útil”
que se puede explicar con el caso de Tamaulipas donde “querían un cambio en la
presidencia de la república pero que no proviniera del partido que es mayoría
en su estado”, o sea, hicieron ganar a los candidatos del PRI para el Congreso
de la Unión, pero no votaron por ese partido para la presidencia de la república,
perspectiva que se repitió en varios estados (Valle & Ramírez, 2002). Esto
explicaría el por qué por primera vez en la historia electoral del país ningún
partido obtuvo mayoría en el congreso.
Con
un 42.5% de los votos, Vicente Fox derrotó al segundo lugar, el candidato del
PRI, Francisco Labastida quien obtuvo el 36.1% de los votos, era oficial, el
PRI abandonaría Los Pinos; como parte de esta narrativa figura la respuesta pacífica
y eficiente del presidente Ernesto Zedillo quien llamó a una transición
ordenada y ofreció su colaboración al presidente electo, con el que se reunió
unas horas después de darse a conocer el resultado de la elección (Luna, 2024).
Es un acierto por parte del presidente Zedillo llevar a cabo un proceso de
formalidad dentro de la transición, pues marca una idea de congruencia con las
acciones realizadas durante su sexenio, es por ello que su sexenio termina con
una modesta aprobación, pese a las duras criticas que su partido empezó a
realizarle.
La
victoria de Fox es sin duda una consecuencia de las luchas de la sociedad
mexicana para conseguir un país democratizado, partiendo desde las primeras
movilizaciones de los trabajadores ferrocarrileros o el movimiento estudiantil
de 1968 hasta el levantamiento del EZLN; esto es parte de un ambiente de
divisionismo, culto a la personalidad, luchas sectarias para alcanzar el poder
y una desmoralización de la sociedad que permitieron a la campaña de Vicente
Fox fundamentar lo que la sociedad mexicana necesitaba para volver a creer en
sí misma, recuperarla confianza, y pensar que el cambio era posible: “con su
triunfo México podía aspirar a vivir de una manera diferente, que nuestros
problemas se resolverían, y que pronto nos olvidaríamos de los males que
vivimos durante los gobiernos priistas” (Sánchez, 2002).
A
partir de ese momento, el país estaba por vivir un cambio, ahora bien, dicho
cambio estuvo marcado por muchas incongruencias empezando porque el panismo fue
denominado la oposición “aceptada” antes de su victoria presidencial, asunto
que a palabras de la Doctora Leycegui, llevó al partido a tener mayor
interlocución con los gobiernos priistas, pero también a enfrentar altos costos
en términos de su autonomía de acción, y a sufrir un fuerte detrimento de la
imagen de honestidad politica que lo caracterizó (2003). El descontento hacia
Fox empezó a partir de su primer año de gobierno donde se le exigía ser el
líder del cambio al que convocó durante su campaña presidencial, algo que nunca
llegó y en su lugar vemos un desencanto de la población hacia la democracia como
alternativa para construir una sociedad diferente (Sánchez, 2002).
Conclusión
Dice
José Woldenberg que en el 2000 pasamos la prueba de que “el cambio de gobierno
puede realizarse de manera pacífica, mediante una competencia regulada, sin
recurso a la fuerza por parte del perdedor, sin riesgo de involuciones”
(Peschard, 2013). No obstante, esto no hubiera podido lograrse sin la lucha de
muchas generaciones de mexicanos que anhelaban la existencia de un verdadero
sistema democrático en donde el pluralismo pudiese ser uno de los elementos
importantes a la hora de la toma de decisiones políticas. Esas luchas fueron
las que ejercieron presión a los presidentes en turno para que realizaran los
cambios correspondientes en la estructura político-electoral del país, el
resultado fueron las series de reformas que me propuse a explicar y que
cimentaron el camino para que México tuviera su transición a la democracia.
Quizá hoy en día, la democracia mexicana tiene muchas deficiencias y en algunas
situaciones ha estado al borde del retroceso, ya sea por intenciones desdeñables
de algunos grupos políticos, pero la situación es clara, el país hoy en día
tiene los recursos que los mexicanos del siglo XX desearon y no pudieron tener,
el ejemplo más importante, la existencia de órgano que se encargue de realizar
y vigilar las elecciones sin el intervencionismo del poder gubernamental, entre
otras muchas cosas. La victoria de Fox fue el paso gigantesco que la sociedad
mexicana realizó y con ello seguir expresando su deseo democrático en
posteriores elecciones, eso sí, no fue una acción particular, por el contrario,
es una consecuencia general de todo un contexto político que tenía en el
hartazgo a una sociedad entera y gracias a eso hoy se respiran aires de
“democracia”.
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